Uno de los momentos más espectaculares en todas las competiciones de atletismo, especialmente en aquellas en las que se juntan los más grandes, es el de la competición de salto con pértiga. Ayudados de una barra larga, los atletas tratan de impulsarse hacia unas alturas que, vistas desde abajo, parecen inalcanzables.
En la antigüedad, entre 500 y 2000 años a.C., se practicaba un salto parecido. La pértiga era tan sólo un bastón y lo que se pretendía no era llegar cuanto más alto mejor, sino impulsarse y saltar más lejos, en lo que era una rara combinación entre los actuales saltos de altura y de pértiga.
Los materiales empleados para construir las pértigas o garrochas eran sobre todo la madera, a veces el metal y, más tarde, se introdujo una gran novedad: el bambú, material flexible que permitía utilizar el empuje posterior a la caída para impulsarse. Sin embargo, no fue hasta los años 60 cuando las pértigas de competición empezaron a encontrar la forma y materiales que conocemos hoy. La fibra de carbono fue un avance espectacular, pero más aún la combinación de fibras de carbono y vidrio. Esta última, dada su gran flexibilidad, se incluye en la parte central de los 4 ó 5 m que mide la pértiga.
Los saltadores de pértiga estadounidenses dominaron durante mucho tiempo en esta disciplina, concretamente hasta las olimpiadas de Munich 1972. Fue entonces cuando el alemán Wolfgang Norwing destronó a los todopoderosos saltadores norteamericanos. Más tarde fueron los rusos los que llegaron más arriba. Especialmente Sergei Bubka supuso una revolución para el mundo del salto con pértiga y resultó ser quien establecería el gran récord que todavía no ha sido batido. En Sestriere, Italia, durante en verano de 1994, Sergei Bubka logró volar hasta los 6’14 m. Impresionante si tenemos en cuenta que, a principio de los 80, saltar por encima de 5 m era hacer una gran marca.